Anecdotario de un librero en el Carrer de la Verge

La hiedra nada sabía de eso

pero crecía detrás de ti

en la misma foto

donde aún tenés dieciséis

y ya la pared está totalmente verde,

cubierta por la hiedra que no sabe

lo que nosotros sí.

 

 

Acaso fue la pulsión de vida lo que el jueves al mediodía nos llevó a mover las macetas pesadísimas donde dos de nuestras plantas se morían. Una estaba en el patio, donde nunca llega el sol, la otra decoraba el segundo piso acompañando el ensayo y la poesía.

Desde hacía semanas las veíamos mal, con sus hojas secas y ennegreciéndose, y no hacíamos más que enterrar palitos de no sé qué cosa en la tierra húmeda. Pero eso no alcanzaba.

Podríamos haber tardado menos, pulsión de muerte, en poner en acción la operación salvataje, pero supongo que eso es lo que cada tanto nos pasa con nosotros mismos: nos dejamos llevar como una hoja en algún río que nos ahoga lento y sin gritar, somos un barco perdido que por algún motivo misterioso tarda en encender los motores, no nos damos cuenta, aunque algo nos dice que algo no está bien.

No es fácil mover esa capa oscura que nos adormece y hasta nos provoca cierto placer. Pero un día, por lo general con la ayuda de otros, de a poco comenzamos a movernos hacia la luz.

Salvar la vida de lo vivo.

 

¿Querías fotosíntesis?

Tomá este sol.