Anecdotario de un librero en el Carrer de la Verge

Fue una clienta la primera que la vio, en la planta de arriba, cerca de la poesía, entre dos vigas de madera. Corrió escaleras abajo y cuando llegó a la caja, agitada, las palabras no le salían. Tranquila, le dije, y le acerqué un vaso de agua. Sentate, por favor, contame qué pasó. Cuando pudo hablar me pidió que la acompañase arriba. Ahí vi la mancha: Cortázar de joven, antes de irse a vivir a París, en sus días de Banfield, imaginé.

Dicen que estas cosas suceden porque uno ve lo que quiere ver. Algunos ven la cara de Dios en una tostada un poco quemada, otros ven a Dylan, aunque después se acuerdan que todavía vive. Decime una cosa: ¿a vos te gusta mucho Cortázar? Nunca lo leí, pero lo reconocí porque conozco su cara. Entonces es Julio, claramente. Yo puedo estar influenciado por tu mirada, pero vos, tu mente al ver la mancha, no estaba influenciada por la obra del escritor. Es Cortázar, llamemos a la RAE.

Al día siguiente tres hombres de traje azul entraron a la librería sin saludar. Les pedí que por favor se pusieran alcohol en gel en las manos, pero no hubo caso. Subieron directamente al piso de arriba, apoyaron unos bolsos sobre la mesa y sacaron varios artefactos, algunos comunes y corrientes y otros muy extraños, una mezcla de manitas y caza fantasmas.

¿Qué van a hacer?, les pregunté. “Limpiar y dar esplendor”. Alcánzame esa silla, por favor, me dijo uno de ellos, el más joven, y al mover los libros que estaban sobre la silla, otro dijo: ya volveré por uno de Ruiz Zafón. Cuando quieras, atiné a decir, la situación no daba para explicarles que la librería sólo tiene autores y autoras latinoamericanos. El único que hasta el momento no había dicho nada se subió a la silla y, con mucho cuidado, con unas herramientas, removió el pedazo de techo donde estaba la mancha de humedad, que estaba en medio de otras manchas provocadas hacía un tiempo por la bañera de los vecinos de arriba. Después de guardar el trocito de techo en una caja me preguntaron si alguien más había visto la mancha. Nadie más, solo yo.

Una vez que se fueron me quede mirando la humedad y ahí lo vi de nuevo. Julio Florencio Cortázar seguía firme en el techo de Lata Peinada. Pero, ¿cómo es posible?, pensé ¿La mancha se reprodujo? La mancha era la misma, los caza fantasmas de la RAE se habían llevado otra mancha, otra parte del techo. Como dije, la gente ve lo que quiere ver, y estos tres hombres tal vez hayan visto la cara de Góngora o de Vila Matas, vaya uno a saber.
Cortázar se queda acá ¿En qué otra librería iba a aparecer?

Rogamos no dejen velas.