Reseña de “Falsa guerra” de Carlos Manuel Álvarez

Sobre “Falsa guerra”, de Carlos Manuel Álvarez.

por Paula Vázquez

 

Dos semanas después de las jornadas de 2001 que en Argentina terminaron con más de cuarenta personas asesinadas por la represión estatal, un pequeño artículo aparecido en el diario Página/12 retrataba una escena particular de las protestas: un hombre desnudo, recortado entre los miles que se manifestaban en las calles en esas fechas. En el texto, firmado por el escritor Luis Gusmán, se describe la irrupción de ese hombre solo, casi resplandeciente por efecto de su desnudez en medio de los gases y el humo, con un título de Héctor Libertella: es una Persona en pose de combate.

 

“Falsa guerra”, la segunda novela de Carlos Manuel Álvarez es un texto sobre las múltiples formas de continuidad y desgarro contenidas en el exilio, construido como un artefacto poliédrico que gira sobre un centro fantasmal: la idea de una Patria como un núcleo vacío del que perpetuamente nos alejamos y hacia el que regresamos, quizás porque lo más difícil es olvidar lo que no tuvimos.

 

No se trata de un texto de un novelista sino de un narrador: como escribió Benjamin, el narrador es el que viaja, el que viene de lejos, en cambio el novelista es el sedentario, instalado en formas que están ya caducas y que no generan ningún efecto. Las formas de “Falsa guerra” son exactamente las que requieren los relatos: hay una insistencia sobre lo fragmentario, sobre lo polifónico, sobre la horizontalidad de las historias. Cada personaje es una isla, el mundo, tal vez, no sea más que una isla. Como la historia del león que citó el autor en la presentación del libro: sale finalmente de la jaula, sólo para darse cuenta que afuera sólo hay una jaula más grande y absoluta. Los personajes se cruzan, se alejan y, quizás como única posibilidad de redención, en ocasiones se produce un encuentro.

 

Pero ¿qué tipo de viaje o qué tipo de exploración puede ser el exilio en el siglo XXI?

El viajero que tenemos interiorizado es el del poema de Baudelaire: “Un buen día partimos, la cabeza incendiada/ repleto el corazón de rabia y amargura (…) felices de dejar la patria infame, unos;/ el horror de sus cunas, otros más”. En “Falsa guerra”, por el contrario, los personajes no demuestran rabia ni amargura, sino, como dice el narrador en el apartado que funciona como cemento de todos los fragmentos: “un tipo de exilio también exiliado de la propia noción simbólica de exiliente que apenas sospechaba vagamente haber sido expulsada de alguna parte. O tal vez no lo sospechaban, tal vez lo sabían, pero no lo mostraban nunca, no lo necesitaban, no lo consideraban como tal.”  Una reversión posible del poema:  “…partimos, la cabeza adormecida/ diluida en el corazón la rabia y la amargura.” Y, sin embargo, en esa sobriedad sin fulgores el mal se muestra mejor, con la “precisión de lo oblicuo”.

 

En una entrevista de hace algún tiempo, Carlos Manuel Álvarez afirma que no ve ningún futuro, y agrega: “lo que sí veo siempre es al pasado delante de mí”. La frase me recordó otra de Libertella: “el futuro ya fue”, lo que significa que hay un futuro, vamos sin pausa hacia él, pero ya ocurrió: nuestro futuro será tener el pasado adelante, para siempre. De forma similar, Ricardo Piglia escribió: “la literatura es la vanguardia de un ejército que retrocede”. Esto puede querer decir que el arte está a la defensiva, o que juega a un juego de mayor astucia, no declamativo de su rol social, sino más sigiloso, desde abajo y desde adentro. Desde adentro, como decía Kafka: un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros.

 

La escritura de Carlos Manuel Álvarez se identifica con esa espacialidad y esa acción interior, trabaja contra su época, es como el manifestante desnudo, que resplandece en medio de la atmósfera viciada del mercado editorial, entre la exotización de la violencia latinoamericana o la declamación del lugar lateral de cierto género engullido por los premios. Carlos Manuel Álvarez es una persona en pose de combate, girando perpetuamente, partiendo y regresando, en la conquista de la permanencia.