Anecdotario de un librero en el Carrer de la Verge

Lo bueno de abrir una librería es que puedo escribir en el blog. Lo bueno de escribir en el blog es que puedo escribir lo que quiera.

Durante una tarde muy tranquila de verano fumaba yo, Ezequiel Naya, argentino, soltero, librero al sol en la calle de Lata Peinada, cuando advertí que muy cerca mío una paloma trataba de comer algo atrapado en los bordes de una alcantarilla. La imagen me hizo recordar que hace unos años quise empezar un libro titulado Cómo darle de comer a las palomas. Es normal que piense en títulos de libros que aún no he comenzado a escribir. Es normal que abandone el proyecto del libro y, por el contrario, el título permanezca dando vueltas para resurgir en los momentos quietos de mi flamante oficio.

Cuando no estoy ocupado atendiendo a los lectores o reponiendo libros, cuando no me extiendo en alguna charla con los vecinos de la asociación de comercios del barrio, me acomodo en el pequeño living de la parte superior de la librería y leo poesía. Pero soy una persona que se distrae con mucha facilidad y, por eso, cuando me doy cuenta de que no puedo seguir con la lectura salgo rumbo a uno de los banquitos que hemos colocado cerca de la puerta, para pensar a la fresca y fumar, mientras miro el cristo mujer embarazada que cuelga arriba del arco del Carrer de la Verge. Lata Peinada se ubica en un pasaje que el ayuntamiento, por alguna razón desconocida pero sin dudas contraria al sentido común del más simple observador, ha decidido no denominar pasaje.

La paloma insistía en la alcantarilla, una segunda se le sumó, y yo tan solo las miraba. En estos últimos años he desarrollado cierto afecto por esta ave plaga tan despreciada por la mayor parte de los humanos, y en estos meses en el Carrer de la Verge mi cariño hacia ellas ha ido en aumento. Las miro seguirse en los techos y en los cables negros, las veo picotear cualquier resto de comida. ¿Será que estoy viejo?, porque son los viejos los únicos que parecen prestarle algún tipo de atención. O será que estar rodeado de libros me hace prestarle más atención a las cosas que siempre me gustaron.

Creo que todos nosotros, libreros y lectores, debemos asumir que con certeza un día de estos, ojalá no muy lejano, una paloma entrará a la librería volando o caminando o como le plazca. Quizás entonces algún cliente me reclamará que haga algo.
No sé cómo reaccionaré.
Imagino que, más allá de lo complicado de la tarea y del posible desastre que un ave asustada puede causar en un espacio cerrado lleno de libros, en ese momento una puntada profunda me inclinará a rechazar el pedido, y entonces la dejaré pasear a sus anchas por los anaqueles –aquí la narrativa, a la derecha las joyitas, arriba poesía y ensayo- de nuestra Lata Peinada.