Anecdotario de un librero

Mandé a Latinstein a destruir una librería importante, la sucursal de una gran cadena, y el muy nabo rompió todos los vidrios y los anaqueles de una librería infantil de barrio.

– Te puse las coordenadas en el móvil. Me dijiste que no habría problemas. Lo siento mucho, Latinstein, pero ya no puedo confiar en vos para este tipo de misiones.

Ahora me ayuda a mover los libros y las mesas cuando tenemos talleres y presentaciones. Los editores no se animan todavía a preguntarme por este nuevo miembro del equipo, pero en sus caras advierto el desconcierto cuando él se acerca con una jarra de agua o con el micrófono en sus manos de Vallejo.
Hace poco le pedí que presentara a un escritor y al momento de hablar se olvidó el nombre del autor y de la editorial. A mí también podría pasarme. Pero después empezó a babear.
Dentro de poco, en octubre, vamos a organizar el tercer Festival de literatura latinoamericana Lata Peinada y aún no sé si decirle que venga a ayudar o que se quede en casa mirando un documental del tiburón ballena. Es que tengo miedo de lo que pueda pasar, estoy seguro de que en algún momento va a meter la pata. Por otro lado, así se aprende.
Ayer lo encontré en el piso de arriba leyendo 50 Sombras de Grey ¿qué hacés con eso?, le dije. Me gustan los best sellers, contestó sin sacar la vista de las páginas.
Yo no sé qué voy a hacer con este hombre. Quizás debería mandarlo a alguno de estos retiros para escritores en la montaña. También me comentaron que hay un master en librería o algo así. Si esa maestría es presencial lo voy a anotar. Necesito un tiempo. No puedo más. Ayer estuve por sacar un pasaje de Ave solo de ida a Madrid con la idea de mandarlo a la Lata Peinada de allá para que Sofia y Alberto se ocupen de él, pero a último momento me dije: no les puedo hacer esto.
¿No les puedo hacer esto?…