La composición de la sal

Los cuentos de Magela Baudoin son sin duda singulares, ofrecen meticulosas observaciones, comparten un acto secreto y aluden a algo siempre mayor que el argumento que proponen.

Es como si Baudoin nos contara sus relatos con la mayor aparente franqueza, pero nosotros, los lectores, intuimos detrás de las palabras una reticencia oscura, motivos nunca confesados, razones secretas, personajes y lugares de cuyo nombre Baudoin no quiere acordarse.

La apariencia explícita, franca, abierta de sus cuentos nos engaña, pero con tal habilidad que aceptamos ser engañados.

Sus atmósferas son amenazadoras, tenebrosas, vísperas de tormentas.

Hay atisbos de humor pero su sonrisa es sardónica, llena de ironía, acusadora.

Llegamos a la última página de un cuento de Baudoin y nos preguntamos ¿qué fue exactamente lo que nos contaron? ¿Cuál es el verdadero argumento, la auténtica trama de esta historia? Conocemos el desarrollo de la trama, el principio y el fin, el ambiente en el que suceden los eventos, la voz de los hombres y mujeres que pueblan sus páginas, pero sin embargo, al mismo tiempo sentimos que algo esencial se nos escapa.

¿Qué fue lo que no vimos, qué fue lo que no hubiéramos debido perder? Esta calidad de promesa postergada define la delicada narrativa de Magela Baudoin.

(Del prólogo de Alberto Manguel) “Si es cierto que las historias se hacen a partir de acciones, entonces la escritura de Magela Baudoin se cuela en la respiración entre un hecho y otro.

No se trata de un devenir moroso: las palabras sobrevuelan lo que ocurre sin esfuerzo, como si fuesen su única traducción posible.

Más bien es como si el lenguaje trabajara en el negativo de la anécdota: no vaciándola de sentido, sino desvistiéndola, mostrándola en su real complejidad, algo así como llevar al blanco y negro aquello que en la desmesura del color sólo puede ser excesivo.

De esta sensibilidad, que en Baudoin se presenta como una premisa innegociable, surge una literatura en la que todo suena verdadero

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