Anecdotario de un librero

Son las seis de la tarde. En cinco minutos tengo que llamar a un piloto de aeroplanos que trabaja para los carteles más importantes del mundo. No hace falta decir cómo me hice de este contacto. Lo esencial, lo invisible a los ojos, es que la literatura latinoamericana le dará a este muchacho un nuevo rumbo de vida cuando en lugar de trasladar toneladas de cocaína empiece a mover libros desde America latina hacia España.

Vamos, que seguirá cometiendo ciertas ilegalidades, nadie puede vivir toda la vida de manera decente. Pero imaginen: librerías y bibliotecas de Europa, tiendas de museos y universidades van a poder pedirnos los libros que quieran. Eso ya lo pueden hacer, es cierto, sin embargo en poco tiempo nuestro piloto aterrizará en algún aeropuerto clandestino de sus respectivas ciudades y él, personalmente, les llevará el pedido hasta la puerta de sus locales.

Ay, Europa, qué harían sin nosotros los latinoamericanos, acostumbrados a movernos de acá para allá por el riesgo, con el reflejo agudizado de haber aprendido a controlar la tensión que produce el no saber qué va a pasar la semana siguiente. No se preocupen, no tengan miedo, también les seguiremos haciendo envíos por correo.

Pensar que hubo una época en la que yo mismo repartía pedidos en bicicleta. Por aquellos tiempos, mi sueño de tener un piloto de avión o un helicóptero de la librería pareció desvanecerse. Sin embargo, la vida cambia, hay que tener paciencia y constancia y ser ágil ante las posibilidades que el mundo ofrece ¿Si durante la pandemia vendíamos droga oculta en la página de los libros? Por favor, esas son mentiras inventadas por esa alianza nefasta de librerías que no nos pueden ver triunfar. Además, todo el mundo sabe que la cocaína guardada en libros se humedece ¿No todo el mundo lo sabe? Bueno, bueno, sigamos.

Todo esto no lo hacemos para convertirnos en la librería más poderosa. A quién le importa el poder y el dinero. Solo queremos tenerlos abastecidos de cuentos y novelas, de ensayos y poesía. Que Felisberto Hernández llegue a una casa en la montaña de algún pueblo de Suiza; que Amparo Dávila haya escrito las palabras que un padre leerá a su hija en un café de Sofía; que Borges y Bombal se hagan bandera y paredes pintadas en las medianeras de Italia, de Alemania, Holanda y Hungría.

Es hora de hablar con el piloto.
Nos vemos pronto.

P.D.: Abran el sobre ni bien lo reciban. Si no es un libro, por favor no escriban al correo.

 

 

Ilustración: @twopiruben